El Proceso
 
						El Proceso
su habitación sin haber hecho nada malo. Probablemente alguien lo había calumniado, sugiere el narrador, pero los
guardianes no saben la causa de su detención, ni quién es la persona que lo acusa. Tampoco tienen idea de si existe o
no un proceso contra él, y dicen desconocer las autoridades que representan. Una vez le notifican que está detenido,
le piden que continúe su vida cotidiana como siempre. Al final de un misterioso proceso del que nunca se sabe
nada, que dura exactamente un año, dos verdugos van por Josef K. a su casa y lo conducen a una cantera en las afueras
de la ciudad, donde lo apuñalan hasta matarlo. Como un perro!, dijo K., y era como si la vergüenza debiera sobrevivirlo. Fin. El lector queda desconcertado, sin entender nada.
El proceso no tuvo buena acogida porque cogió desprevenidos a los primeros lectores, que no estaban preparados
para recibir una obra que se decía novela, pero que no se parecía en nada a una novela o, mejor, a lo que se pensaba
debería ser una novela. A las pocas páginas de iniciada la lectura, los lectores se encontraban recorriendo solitarios,
a tientas, un laberinto absurdo salido de un cosmos estético que no parecía ni sueño ni realidad, ni alegoría ni símbolo,
como escribió Kurt Tucholsky a Max Brod, cuando se dirigió a él con el ruego de que le diera una redentora explicación,
pues aquí no sabes nada, ni siquiera si la obra iba en serio, si se trataba de una broma o de una novela (Stach, 2003). Y si eso pensaba Tucholsky, uno de los primeros y más inteligentes lectores de Kafka, por el que este sentía gran aprecio, qué se podía esperar del gran público lector, que seguramente la halló indigesta, y no era para menos.
A finales de la Segunda Guerra Mundial, la percepción que se tenía de la obra cambió. Tras las experiencias del nazismo, el comunismo y otros regímenes totalitarios similares, que la novela parecía anticipar a manera de premonición, el absurdo literario resultó ser en realidad trasunto fiel de un mundo absurdo que recién se revelaba, con lo que El proceso pasó de obra absurda a ser la alegoría literaria del siglo XX, y se convirtió en objeto de culto. Sin embargo, a pesar del prestigio de que gozaba la novela entre críticos y escritores, nadie logró encontrar una interpretación coherente, lógica, de la obra, sino que, por el contrario, siempre se ll
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su habitación sin haber hecho nada malo. Probablemente alguien lo había calumniado, sugiere el narrador, pero los
guardianes no saben la causa de su detención, ni quién es la persona que lo acusa. Tampoco tienen idea de si existe o
no un proceso contra él, y dicen desconocer las autoridades que representan. Una vez le notifican que está detenido,
le piden que continúe su vida cotidiana como siempre. Al final de un misterioso proceso del que nunca se sabe
nada, que dura exactamente un año, dos verdugos van por Josef K. a su casa y lo conducen a una cantera en las afueras
de la ciudad, donde lo apuñalan hasta matarlo. Como un perro!, dijo K., y era como si la vergüenza debiera sobrevivirlo. Fin. El lector queda desconcertado, sin entender nada.
El proceso no tuvo buena acogida porque cogió desprevenidos a los primeros lectores, que no estaban preparados
para recibir una obra que se decía novela, pero que no se parecía en nada a una novela o, mejor, a lo que se pensaba
debería ser una novela. A las pocas páginas de iniciada la lectura, los lectores se encontraban recorriendo solitarios,
a tientas, un laberinto absurdo salido de un cosmos estético que no parecía ni sueño ni realidad, ni alegoría ni símbolo,
como escribió Kurt Tucholsky a Max Brod, cuando se dirigió a él con el ruego de que le diera una redentora explicación,
pues aquí no sabes nada, ni siquiera si la obra iba en serio, si se trataba de una broma o de una novela (Stach, 2003). Y si eso pensaba Tucholsky, uno de los primeros y más inteligentes lectores de Kafka, por el que este sentía gran aprecio, qué se podía esperar del gran público lector, que seguramente la halló indigesta, y no era para menos.
A finales de la Segunda Guerra Mundial, la percepción que se tenía de la obra cambió. Tras las experiencias del nazismo, el comunismo y otros regímenes totalitarios similares, que la novela parecía anticipar a manera de premonición, el absurdo literario resultó ser en realidad trasunto fiel de un mundo absurdo que recién se revelaba, con lo que El proceso pasó de obra absurda a ser la alegoría literaria del siglo XX, y se convirtió en objeto de culto. Sin embargo, a pesar del prestigio de que gozaba la novela entre críticos y escritores, nadie logró encontrar una interpretación coherente, lógica, de la obra, sino que, por el contrario, siempre se ll
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